El Corazón de Cristal

Nadie sabía de su existencia. Un corazón forjado en cristal rojo y oro, con raíces de espinas y una rosa marchita en su cima. Se decía que quien lo poseyera, nunca volvería a sentir dolor… pero a cambio, tampoco volvería a sentir amor.

Isabella lo encontró la noche que su mundo se hizo pedazos. Su amor se había ido sin despedirse, dejando tras de sí solo un anillo frío y una promesa rota. El dolor era insoportable, como si su pecho se hubiera convertido en un abismo sin fin.

Desesperada, recordó la leyenda. Con manos temblorosas, levantó el corazón de cristal y lo presionó contra el suyo. Un escalofrío la envolvió. El dolor desapareció en un instante.

También lo hicieron los recuerdos.

Ya no había amor, ni lágrimas, ni cicatrices. Solo el vacío de un alma que había cambiado el latido por la eternidad de la indiferencia.

Años después, los hombres la miraban con fascinación. Bella pero distante, perfecta pero inalcanzable. Querían amarla, pero sus labios nunca respondían a ningún beso, sus manos nunca temblaban ante una caricia. El corazón de cristal aún latía dentro de ella, pero ya no le pertenecía.

Una noche, en un rincón oscuro, una voz susurró en su oído:

«El amor es dolor, sí… pero también es vida. Si quieres sentir de nuevo, rompe el cristal.»

Por primera vez en años, Isabella dudó. Sus dedos rozaron la superficie dorada de su pecho.

¿Se atrevería a amar otra vez? ¿O seguiría siendo un corazón sin dueño?

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