El Aliento del Olvido

Esa noche, el viento no hablaba.
Ni los árboles se atrevían a crujir.

El Caminante llegó al cementerio sabiendo que no habría regreso.
Era el último hijo del linaje de los Guardianes, y había venido a saldar una deuda ancestral.

Frente a él, emergió del abismo una figura colosal:
La Cara del Olvido.
Sin ojos, sin alma, sin nombre.
Solo un rostro grabado en la oscuridad de los tiempos, que devoraba memorias y respiraba condena.

—Has venido —susurró la voz en su mente, sin mover un solo músculo—. ¿Sabes lo que perderás?

El Caminante levantó la cabeza, dejando que la luz azul de su esencia escapara hacia la boca de la criatura.
Sabía lo que estaba entregando:
su pasado, su nombre, su rostro, su historia.

Todo por un único propósito:
que ella viviera.

El precio fue alto.
Y cuando el rito terminó, el Caminante cayó de rodillas.
Vacío.
Olvidado por todos.
Incluso por sí mismo.

Pero ella…
ella respiraba.